Relato Erótico: Lo hice con un desconocido
Me había levantado como todos los días, con el sol filtrándose tímidamente entre las cortinas de la habitación.
El aroma del café recién hecho flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de los niños que preparaban sus mochilas en la sala.Era una rutina familiar, un ritual que repetía sin pensar, como si el mundo girara en torno a esos pequeños momentos cotidianos.
Preparé el desayuno, les di un beso en la frente y los dejé en la escuela con la promesa de recogerlos más tarde.
Pero algo, algo que no podía definir, revoloteaba en mi estómago, una sensación extraña que no lograba identificar.
Tal vez era solo el cansancio acumulado de tantas noches en vela, o quizás algo más, algo que mi intuición intentaba advertirme.
Tomé el metro, como siempre, abriéndome paso entre la multitud que parecía moverse al unísono, como un río humano que fluía hacia sus destinos.
Un joven amable me cedió su asiento, y me acomodé con mi bolso y mi carpeta sobre las piernas. Fue entonces cuando lo vi.
Él estaba sentado justo enfrente de mí. Un hombre alto, con un traje impecable que resaltaba su figura esbelta, no era el hombre más guapo que había visto, pero había algo en él, algo que solo las mujeres nos damos cuenta.
Tal vez era la manera en que sus manos sostenían con firmeza el periódico, o la forma en que su mirada parecía perderse en el horizonte, como si estuviera en otro mundo.
Sus ojos, de un verde profundo como el bosque en otoño, se encontraron con los míos por un instante, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
Tomé el metro, como siempre, abriéndome paso entre la multitud que parecía moverse al unísono, como un río humano que fluía hacia sus destinos.
Un joven amable me cedió su asiento, y me acomodé con mi bolso y mi carpeta sobre las piernas. Fue entonces cuando lo vi.
Él estaba sentado justo enfrente de mí. Un hombre alto, con un traje impecable que resaltaba su figura esbelta, no era el hombre más guapo que había visto, pero había algo en él, algo que solo las mujeres nos damos cuenta.
Tal vez era la manera en que sus manos sostenían con firmeza el periódico, o la forma en que su mirada parecía perderse en el horizonte, como si estuviera en otro mundo.
Sus ojos, de un verde profundo como el bosque en otoño, se encontraron con los míos por un instante, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
Desvié la mirada rápidamente, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas. ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué ese hombre, un completo desconocido, lograba perturbarme de tal manera?
El sonido de la bocina del vagón anunció que mi parada era la próxima, sacándome de mis pensamientos.
Me levanté con prisa, ajustando el bolso al hombro y agarrando la carpeta con fuerza. De repente, dos chicos pasaron corriendo a mi lado, rozándome tan cerca que casi pierdo el equilibrio.
Respiré hondo, intentando calmarme, y salí del metro. Las escaleras de la estación parecían interminables, pero seguí adelante, sintiendo que cada paso me alejaba de aquel momento mágico, de aquella mirada que aún me quemaba la memoria.
Fue entonces cuando lo escuché. Con pasos rápidos y firmes acercándose. Me di la vuelta y allí estaba él, corriendo hacia mí con unos papeles en la mano.
—Se te cayo esto —dijo, entregándome los documentos que sin darme cuenta se habían escapado de mi carpeta.
—Gracias —murmuré, tomando los papeles con manos temblorosas. Nuestros dedos se rozaron por un instante, y sentí una chispa de electricidad que me dejó sin aliento.
Sus ojos verdes se clavaron en los míos, y por un momento, el mundo pareció detenerse. No sé cómo sucedió, pero de repente estábamos cerca, demasiado cerca. Su aliento cálido acariciaba mi piel, y antes de que pudiera reaccionar, nuestros labios se encontraron en un beso apasionado, lascivo, como si el tiempo y el espacio hubieran desaparecido.
Fue un instante de locura, de entrega absoluta. Él me tomó de la mano con firmeza, guiándome hacia el baño de mujeres. Afortunadamente, estaba vacío.
Mi corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho, y una oleada de deseo recorrió mi cuerpo, humedeciendo mi intimidad.
Sus manos exploraron mi cuerpo con una urgencia que nunca antes había sentido, y yo me dejé llevar, perdida en la intensidad del momento.
No podía creer lo que me estaba pasando, estaba en un baño público, con un completo desconocido, besándonos y acariciándonos.
Me abrió la blusa, con tal fuerza que salto un botón, pero quería que probara mis pezones, duros y erectos, su lengua no dejaba de jugar con ellos mientras yo acariciaba su pelo.
Me dio la vuelta y me puso contra la pared, me bajo la falda y la tanga, su boca se pegó a mi oído sentía su respiración agitada, de pronto noté su herramienta caliente y dura, dentro de mí.
Sus embestidas cada vez más duras y salvajes me tenían pegada a la pared, su pecho en mi espalda, nuestros gemidos eran cada vez más fuerte, hasta que sentí como su néctar caliente se derramaba en mi coño.
Seguimos pegados hasta que nuestras respiraciones se tranquilizaron. Sin decir una palabra, se ajustó el traje y salió del baño, dejándome allí, sola y confundida.
De repente, un golpe seco me sacó de mi ensueño. Abrí los ojos con dificultad, desorientada, y me di cuenta de que seguía sentada en el vagón del metro.
La luz fluorescente parpadeaba sobre mí, y el sonido monótono de las ruedas sobre los rieles resonaba en mis oídos.
Miré a mi alrededor, confundida. El joven que me había cedido el asiento ya no estaba, y el vagón estaba casi vacío. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Había sido todo un sueño?
Me llevé las manos a la cara, sintiendo cómo mis mejillas aún ardían. Mis labios parecían recordar el roce de los suyos, y mi cuerpo aún vibraba con la intensidad de aquel encuentro.
Pero no, no podía ser real. ¿O sí? Me levanté tambaleante, agarrando mi bolso y mi carpeta con fuerza.
Al hacerlo, noté algo extraño: mis papeles estaban desordenados, como si alguien los hubiera manipulado. Y en el borde de uno de ellos, una mancha de lápiz labial rojo, del mismo tono que yo usaba.
El corazón me latía con fuerza mientras salía del metro y subía las escaleras de la estación.
Cada paso me hacía dudar más. ¿Había sido real? ¿O era solo producto de mi imaginación, de tantas noches sin dormir bien, de tanto estrés acumulado? Llegué a la oficina con la mente hecha un caos, intentando ordenar mis pensamientos.
Seguimos pegados hasta que nuestras respiraciones se tranquilizaron. Sin decir una palabra, se ajustó el traje y salió del baño, dejándome allí, sola y confundida.
De repente, un golpe seco me sacó de mi ensueño. Abrí los ojos con dificultad, desorientada, y me di cuenta de que seguía sentada en el vagón del metro.
La luz fluorescente parpadeaba sobre mí, y el sonido monótono de las ruedas sobre los rieles resonaba en mis oídos.
Miré a mi alrededor, confundida. El joven que me había cedido el asiento ya no estaba, y el vagón estaba casi vacío. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Había sido todo un sueño?
Me llevé las manos a la cara, sintiendo cómo mis mejillas aún ardían. Mis labios parecían recordar el roce de los suyos, y mi cuerpo aún vibraba con la intensidad de aquel encuentro.
Pero no, no podía ser real. ¿O sí? Me levanté tambaleante, agarrando mi bolso y mi carpeta con fuerza.
Al hacerlo, noté algo extraño: mis papeles estaban desordenados, como si alguien los hubiera manipulado. Y en el borde de uno de ellos, una mancha de lápiz labial rojo, del mismo tono que yo usaba.
El corazón me latía con fuerza mientras salía del metro y subía las escaleras de la estación.
Cada paso me hacía dudar más. ¿Había sido real? ¿O era solo producto de mi imaginación, de tantas noches sin dormir bien, de tanto estrés acumulado? Llegué a la oficina con la mente hecha un caos, intentando ordenar mis pensamientos.
—¡Dios mío, ¿Qué te pasó? —escuché la voz de mi compañera de trabajo, tan pronto como entré por la puerta. Me miró con los ojos abiertos de par en par, como si hubiera visto un fantasma.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, confundida. Una de ellas, me dijo:
—Estás... despeinada, y tienes una mirada rara. ¿Estás bien? —preguntó otra compañera acercándose con preocupación.
—Cuando salgas por la mañana mírate bien en el espejo, porque te falta un botón de la blusa.
Me llevé las manos a mi blusa y me di cuenta de que efectivamente me faltaba un botón y estaba despeinada, como si alguien lo hubiera tocado con urgencia. Me miré en el reflejo de la ventana y vi que mis labios estaban ligeramente hinchados ¿Eran señales de aquel encuentro? ¿O de verdad había sido un sueño?
—No sé... creo que me quedé dormida en el metro —dije, intentando sonar convincente, pero mi voz temblaba. Todas mis compañeras se rieron.
—¿Dormida? —preguntó una compañera, arqueando una ceja—. Parece que te pasó algo más. ¿Conociste a alguien? —añadió con una sonrisa cómplice.
—No, no... —respondí rápidamente, pero mis palabras sonaron vacías, incluso para mí.
Me senté en mi escritorio, intentando concentrarme en el trabajo, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, aquellos ojos verdes que parecían mirarme directamente al alma. ¿Había sido real? ¿O era solo un sueño, una fantasía de mi mente cansada? Me volví a preguntar a mí misma. Pero entonces, ¿cómo explicar la falta del botón en mi blusa, o el desorden en mi carpeta o el lápiz labial en varias hojas? ¿Y por qué mi cuerpo aún recordaba su tacto, su calor, su olor?
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, confundida. Una de ellas, me dijo:
—Estás... despeinada, y tienes una mirada rara. ¿Estás bien? —preguntó otra compañera acercándose con preocupación.
—Cuando salgas por la mañana mírate bien en el espejo, porque te falta un botón de la blusa.
Me llevé las manos a mi blusa y me di cuenta de que efectivamente me faltaba un botón y estaba despeinada, como si alguien lo hubiera tocado con urgencia. Me miré en el reflejo de la ventana y vi que mis labios estaban ligeramente hinchados ¿Eran señales de aquel encuentro? ¿O de verdad había sido un sueño?
—No sé... creo que me quedé dormida en el metro —dije, intentando sonar convincente, pero mi voz temblaba. Todas mis compañeras se rieron.
—¿Dormida? —preguntó una compañera, arqueando una ceja—. Parece que te pasó algo más. ¿Conociste a alguien? —añadió con una sonrisa cómplice.
—No, no... —respondí rápidamente, pero mis palabras sonaron vacías, incluso para mí.
Me senté en mi escritorio, intentando concentrarme en el trabajo, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, aquellos ojos verdes que parecían mirarme directamente al alma. ¿Había sido real? ¿O era solo un sueño, una fantasía de mi mente cansada? Me volví a preguntar a mí misma. Pero entonces, ¿cómo explicar la falta del botón en mi blusa, o el desorden en mi carpeta o el lápiz labial en varias hojas? ¿Y por qué mi cuerpo aún recordaba su tacto, su calor, su olor?
Al mediodía, mientras tomaba un café en la sala de descanso, mi compañera se acercó de nuevo.
—Oye, en serio, ¿qué te pasó esta mañana? —preguntó, sentándose frente a mí—. Pareces... diferente.
—No lo sé —susurré, mirando mi taza—. Creo que conocí a alguien, pero no estoy segura de sí fue real o solo lo soñé.
Mi compañera sonrió, intrigada.
—Bueno, sea lo que sea, parece que te dejó marcada —dijo, guiñándome un ojo—. ¿Y si te lo encuentras de nuevo? ¿Qué harías?
No supe qué responder. La idea de volver a verlo me llenaba de una mezcla de emoción y miedo. ¿Y si todo había sido real? ¿Y si aquel hombre misterioso estaba ahí fuera, en algún lugar, esperando cruzarse de nuevo en mi camino? Pero, ¿y si solo había sido un sueño, una ilusión de mi mente?
Esa noche, mientras me acostaba, no pude evitar mirar por la ventana, preguntándome si él estaría mirando las mismas estrellas. Y en ese momento, supe que, fuera real o no, aquel encuentro había cambiado algo en mí. Había despertado una parte de mí que creía dormida, una parte que anhelaba algo más, algo que no podía explicar.
Gracias por llegar hasta aquí, si el relato te gustó, suscríbete al canal y no te pierdas el próximo video, hasta pronto.
—Oye, en serio, ¿qué te pasó esta mañana? —preguntó, sentándose frente a mí—. Pareces... diferente.
—No lo sé —susurré, mirando mi taza—. Creo que conocí a alguien, pero no estoy segura de sí fue real o solo lo soñé.
Mi compañera sonrió, intrigada.
—Bueno, sea lo que sea, parece que te dejó marcada —dijo, guiñándome un ojo—. ¿Y si te lo encuentras de nuevo? ¿Qué harías?
No supe qué responder. La idea de volver a verlo me llenaba de una mezcla de emoción y miedo. ¿Y si todo había sido real? ¿Y si aquel hombre misterioso estaba ahí fuera, en algún lugar, esperando cruzarse de nuevo en mi camino? Pero, ¿y si solo había sido un sueño, una ilusión de mi mente?
Esa noche, mientras me acostaba, no pude evitar mirar por la ventana, preguntándome si él estaría mirando las mismas estrellas. Y en ese momento, supe que, fuera real o no, aquel encuentro había cambiado algo en mí. Había despertado una parte de mí que creía dormida, una parte que anhelaba algo más, algo que no podía explicar.
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